domingo, 7 de diciembre de 2014

Nunca supe de donde me viene tanta admiración por la llovizna.  Recuerdo de chico cuando comenzaba a llover, tomaba una campera, iba al patio y me sentaba en el pizo, me tapaba con la campera y sentía la lluvia, era como música, me relajaba, me hacía sentir.

En mi adolescencia trataba de salir a caminar bajo la lluvia, si dejaba de llover me enojaba. Ahora ya que me cuesta mucho salir a caminar abro las cortinas de casa y veo la lluvia caer reflejándose en las luces de la calle.

Tanto es así que infinidad de veces le pido a Dios que cuando  que tenga que partir sea un día de lluvia otoñal. A veces pienso que hubiese sido lindo vivir en un lugar donde llueva mucho, por ejemplo  Irlanda, y pensar que hay gente que la deprime la lluvia, para mi es todo lo contrario, me relaja, me ayuda a encontrarme con mi interior.

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